Cómo actuar cuando nos traen un animal abandonado

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“Al llegar a la clínica me estaba esperando una persona con una caja de cartón de la que sobresalían cinco morritos temblorosos que gemían de hambre…”. Es ésta una situación con la que desgraciadamente nos topamos más a menudo de lo que nos gustaría, por lo que debemos ser capaces de aconsejar correctamente a las personas que nos traigan un animal abandonado al centro veterinario.

Más de 200.000 animales son abandonados en nuestro país cada año. Esta escalofriante cifra nos sitúa a la cabeza, sólo por detrás de Italia en la Unión Europea, en tasas de abandono animal. El 95 % de los animales abandonados mueren por hambre, enfermedad, atropellados, víctimas de malos tratos o sacrificados en alguna perrera municipal.

Causas del abandono

Los meses en los que se produce mayor tasa de abandono son: enero, tras finalizar las vacaciones de Navidad, marzo, tras culminar la campaña de caza, y junio y julio que marcan el comienzo de las vacaciones estivales. Hay muchas causas de abandono como vemos en el cuadro 1 pero el origen es el mismo, la irresponsabilidad de los propietarios de estos animales La mayoría de las historias de animales abandonados terminan de forma muy triste para ellos: en una cuneta, sacrificados en alguna perrera o en un albergue el resto de su vida. Según un estudio hecho en la comunidad valenciana solo un 2,5 % de estos perros consigue una segunda oportunidad.

  • – Malos hábitos o conducta (por falta de educación).
    – Vacaciones.
    – Llegada de un bebé a la familia.
    – Inutilidad (“no es buen cazador”).
    – Alergias en la familia.
    – Comodidad.
    – Sustitución.
    – Enfermedad o vejez del animal.

Como sabemos, el desconocimiento, la dejadez o la irresponsabilidad son la causa primaria de la mayoría de los abandonos. Como profesionales del sector de animales de compañía tenemos la obligación y el compromiso de informar a los nuevos propietarios o clientes que adquieran o adopten una mascota de las responsabilidades que asumen al incorporar este “nuevo miembro en la familia”. Aun a riesgo de parecer pesimistas o malos vendedores debemos advertir que un perro, un gato o cualquier otra mascota nos proporcionará, sin duda, multitud de momentos de juego, alegría y afectividad pero, a la contra, tendremos que ser conscientes de que son seres vivos que demandarán nuestro tiempo, afecto, cuidados y dinero durante toda su vida. Por otro lado hemos de mser muy conscientes de que no podemos asumir la responsabilidad de acoger y tratar de forma desinteresada a todos los animales que nos traigan los clientes pues resultaría frustrante, ruinoso y negativo para nuestro trabajo.

No podemos ser un albergue

Algunos clientes tratarán de equiparar nuestra profesionalidad y nuestra vocación con la obligación de atender y acoger a todos aquellos animales sin propietario que se encuentren.

En estos casos debemos desplegar toda una estrategia de razonamientos para que el cliente comprenda el esfuerzo y el gasto que supone recoger un animal abandonado y que siempre la persona que decide recogerlo debe hacerse responsable de su custodia y de los gastos que deriven de su atención médica. Como auxiliares podemos asesorar y recomendar al cliente sobre lo que puede hacer pero no asumir su acción. El aventurarnos a hacer una “buena acción” puede suponer un doble problema pues asumiremos el quedarnos con un ser vivo que necesita alimento, alojamiento y a menudo también cuidados (cuadro 2), y estableceremos un precedente con el propio cliente y con otros pues, como sabemos, el boca a oreja es la publicidad más eficaz.

  • La mayoría de los animales abandonados manifiestan mala condición de salud física y psíquica en diferente grado:
    – Ectoparásitos.
    – Deshidratación/desnutrición.
    – Dermatitis.
    – Laceraciones/heridas.
    – Traumatismos/fracturas.
    – Gestaciones-camadas.
    – Heridas de arma de fuego.
    – Quemaduras físicas o químicas.
    – Heridas alrededor del cuello por ataduras compresivas.
    – Huellas de maltrato (amputaciones, edemas, traumatismos, contusiones, etc.).
    – Fobias, miedo, agresividad.

Si lo hacemos una vez con un cliente ¿cómo nos negaremos cuando otro que lo sabe acuda con el mismo problema? No podemos olvidar nunca que la clínica veterinaria es una empresa y, como tal, su fin último es lucrativo. Las obras de beneficencia “mal entendidas” pueden resultar muy negativas para nuestro establecimiento y nuestra profesión (cuadro 3).

  • NO DEBEMOS
    Prohibido– Aceptar quedarnos con el animal sin más.
    – Confundir profesión con devoción.
    – Decir “no” sin escuchar ni ofrecer explicaciones.
    – Tratar al animal sin el previo compromiso de pago por parte del cliente.
    – Abandonar de nuevo al animal.

    DEBEMOS
    – Averiguar si el animal tiene alguna identificación.
    Permitido– Aconsejar al cliente sobre las alternativas (albergue, anuncio, acogida).
    – Informar al cliente con amabilidad de las responsabilidades que asume.
    – Mostrarnos dispuestos a ayudar y colaborar con su decisión.
    – Dejar clara nuestra postura en todo momento. No es que no queramos, es que no podemos.

Síndrome de Diógenes con animales

El síndrome de Diógenes es un trastorno que se caracteriza por el acúmulo compulsivo de objetos. Existen casos en los que en lugar de objetos o basura, las personas afectadas “coleccionan” animales que encuentran abandonados. Esta patología obsesiva no es un fenómeno esporádico pues afecta al 2 % de los españoles. Sobre todo lo sufren personas mayores de 50 años que viven solas y es más frecuente en mujeres.

Estas personas se creen salvadoras y recogen animales de la calle de forma incontrolada y no reconocen su enfermedad. En otras ocasiones no se dan cuenta de que sus animales viven en malas condiciones: hacinamiento, suciedad, patologías, etc. Estas personas vuelcan toda su afectividad en los animales y tienden a humanizarlos.

No es infrecuente la presencia de un tipo de cliente en las clínicas, sobre todo en las grandes urbes, que, aun sin llegar al límite de padecer este trastorno, sí responde a un perfil de aislamiento social y vuelca su frustración en los animales callejeros. Es éste un cliente que nos traerá gatos o perros que encuentra enfermos o simplemente abandonados y que se muestra exigente y desconfiado. Por ejemplo, nos traen un animal en situación terminal y se niegan a eutanasiarlo porque ellos piensan que se puede curar y que nosotros no sabemos o no queremos.

Con estos clientes debemos ser amables pero firmes. Desde el principio tenemos que dejarles claro que los profesionales somos nosotros y que si quieren que les demos una atención óptima no deben interferir y deben asumir los gastos.

Extraído de: Elena Malmierca. Yo nunca lo haría. Ateuves nº 13, pp. 12-21

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