Conocidas las causas que producen este comportamiento, debemos realizar una serie de cambios en su entorno para fomentar hábitos más sanos y naturales.
A continuación, mencionaremos las claves que nos ayudarán no solo a evitar el picaje, sino también a entender un poco mejor cómo se comportan estos animales tan inteligentes.
1Búsqueda de alimento- Proporcionar una dieta equilibrada y variada, evitando el exceso. Es preferible variar los alimentos de un día para otro que ofrecer una gran variedad un mismo día.
- Utilizar posaderos “escondite” de comida: cajitas, cocos vacíos, etc.
- Envolver los comederos con papel de cocina, periódico o cartón.
- Envolver individualmente las piezas de comida; no todos los “caramelos” o “cucuruchos” deben contener comida.
- Mezclar la comida con objetos no comestibles (sustrato de coco o tronquitos de serrín).
- Utilizar juguetes pinchafruta o escondites de premios: existen multitud de juguetes en el mercado destinados a que el loro use su habilidad e inteligencia para conseguir la comida.
- Entrenamiento/adiestramiento: reservar las golosinas para premiar al loro cuando realiza un comportamiento deseado. De esta manera se le proporciona una modificación del comportamiento natural de búsqueda de alimento y se consigue una buena interacción social.
Es posible que el ave necesite al principio que se le enseñe, para ello se pueden hacer agujeros en el papel o cartón que envuelve la comida o sacar un premio escondido en un agujero y hacer como que lo comemos; es importante no compartirlo con el ave, debemos enseñarle que debe sacarlo por sí misma.
2Cuidado del plumaje y acicalamiento- Pulverizar al ave con agua limpia todos los días. La pulverización suave estimula un acicalamiento normal y mejora la calidad del plumaje. Puede realizarse mientras el ave está fuera de la jaula y el propietario está pasando un tiempo con ella, de esta manera se combinan el comportamiento de cuidado de las plumas con las interacciones sociales.
- Ofrecer un objeto para que sea acicalado (que pueda ser destrozado): un cepillo de cerdas naturales, un borlón de esparto, un plumero (sin teñir). Algunos loros aprenden a acicalar estos objetos en lugar de destruir su propio plumaje. El propietario puede jugar con estos objetos y “acicalarles” ellos mismos hasta que el loro se habitúe.
A los loros les gusta aprender cosas nuevas, y utilizar y mostrar su inteligencia.
Deben estar situados en un marco que les suponga un constante estímulo, al menos visual. Se puede ubicar la jaula junto a una ventana por la que puedan ver pasar gente u otras aves, frente a un bonito jardín, etc. En definitiva, se les debe dar la oportunidad de “cotillear”.
Hay que tratar de reproducir en casa la estructura social de su medio natural para que sus costumbres sociales sean lo más parecidas a las que tienen en libertad y se integren en la jerarquía de su familia humana. En la naturaleza los loros comparten muy a menudo momentos como la alimentación, el descanso, el juego, etc. y los propietarios deben hacerles partícipes de todo esto, siempre y cuando no creen una extrema dependencia.
Los propietarios deberían emplear parte de su tiempo jugando con ellos de manera activa (con o sin juguetes) e intercambiar muestras de afecto y cariño para rellenar tiempos muertos y evitar el aburrimiento.
Lo que no pueden dejar que ocurra es que el loro sea incapaz de ser autosuficiente e independiente. Un loro también debe aprender y disfrutar jugando solo, y tener intimidad.
4El juegoMuchas veces se puede utilizar el juego para reconducir problemas de conducta ya que canaliza su exceso de energía. Proporcionar juguetes al loro no debe sustituir el tiempo pasado junto a él ni las muestras de cariño. Es importante que exista una rotación temporal y espacial de los juguetes para mantener su espíritu curioso.
- Juego social: es aquel que se produce entre varios miembros del grupo y que favorece la cohesión grupal y el mantenimiento de las relaciones sociales. Se debe utilizar este tipo de juego para hacerle sentir parte del grupo familiar.
- Juego acrobático: es la realización de unos movimientos exagerados y reiterativos (brincar sobre la percha, saltar de una a otra, colgarse, balancearse, etc.) que a menudo no persiguen un fin claro pero que permiten ejercitar de manera inconsciente su estado físico. Suelen ir acompañados de vocalizaciones.
- Juego exploratorio: se produce cuando existe una interacción con determinados objetos. Es muy positivo ofrecerles distintos juguetes e incluso, si fuera posible, un parque de juegos donde poder desarrollar estos momentos de entretenimiento.
Como parte de la convivencia y educación básica, como mínimo se les debe enseñar una serie de órdenes:
- Sube: siempre significa “sube a la mano”, este acto es la base de la educación del loro.
- Baja: siempre significa “baja de la mano a cualquier otro objeto”, también es una orden importante para que se puedan dirigir los movimientos del loro.
- Ahí: permite enseñarle a estar “junto a” los propietarios, igual que haría con otro loro, y no “sobre” los propietarios, que es un comportamiento aberrante y que generalmente lleva a trastornos psíquicos como inseguridad o agresividad.
No se trata de órdenes absurdas que el loro tiene que hacer porque al propietario le apetece, sino comportamientos aprendidos básicos para el entendimiento y la relación entre la persona y el loro.
La educación requiere dedicación y tiempo, pero es necesaria. Al ser tan inteligentes, es un cuento de nunca acabar, ya que aprenden y ponen a prueba a los propietarios durante toda la vida.
Conclusiones
- El picaje puede interpretarse como una señal de alarma que indica que algo no está bien en el ambiente del ave.
- Lamentablemente la mayoría de las psitácidas vendidas como mascota tienen una calidad de vida mediocre, cuando no pésima.
- Es fundamental ofrecer una mejor calidad de vida al ave cautiva, haciendo hincapié en el enriquecimiento ambiental que permita mantener al ave activa la mayor parte del día y fomentar las relaciones sociales.
Extraído de Silvia Ugalde Bilbao, El comportamiento de picaje en psitácidas, Ateuves 69, págs. 20-23.