Donde caben dos, caben tres

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Las ratas son mamíferos roedores sociales por naturaleza. Una rata aislada de su especie será una rata deprimida, lo que conllevará que sea más gruñona y menos sociable con nosotros. Yo aprendí a marchas forzadas. Tras mucha meditación y estudio sobre qué necesitaban estos pequeños animales decidí incorporar a mi familia una de ellas.

Su nombre era Atenea, y decidí que ella sería feliz con el simple hecho de tenerme a mí como compañera de vida, pero esto no fue así. Era una ratita bebé muy activa, pero que tristemente por muchas horas que pasase fuera de su jaula, al final del día pasaba más horas sola encerrada que en mi compañía, por lo que su vida solitaria duró bastante poco y, a los tres días de su llegada, Xena llegó a nuestra vida.

Tras unos días de adaptación en el que las pequeñas se conocieron fuera de la jaula pasaron a vivir juntas. Comían juntas, dormían juntas, jugaban y se acicalaban la una a la otra. Era impresionante lo mucho que se querían y, aun adorándose la una a la otra, también les encantaba mi compañía. Cada una tenía su carácter; Atenea siempre encima de los humanos, y Xena más aventurera, eso sí, siempre buscaba mi calor para echarse una buena siesta.

Pasaron varios meses en los que las pequeñas fueron creciendo y convirtiéndose en ratas adultas felices y equilibradas, y por circunstancias de la vida llegó a mis manos una nueva integrante al grupo. Su nombre era Destiny, llegó siendo muy bebé, era muy nerviosa y tenía pánico a las personas. Tras una buena adaptación (ya que Atenea y Xena eran adultas, e iba a integrar en su vida un bebé), las tres pasaron a formar una familia. Destiny cambió su actitud totalmente, pasó de ser la ratita más asustadiza a copiar el comportamiento de sus hermanas mayores cogiendo lo mejor de cada una de ellas. Era aventurera, le encantaba salir a la calle en mis hombros, íbamos a la playa, a la montaña, y era la mejor amiga de mi perrita.

Todo iba genial, hasta que Atenea cayó enferma. Muchas visitas a un veterinario especializado y un diagnóstico de oclusión intestinal acabaron con su vida. En las últimas semanas de su vida no fue la ratita feliz y cariñosa de siempre, tuvo que vivir aislada de sus hermanas para controlar su estado. Salía en sus horas de “recreo” a jugar con sus hermanas, pero lo único que hacía era buscar su calorcito y dejarse acicalar por ellas.

La experiencia con Atenea y más tarde con otras ratitas hicieron que entendiese la importancia de acudir a un veterinario en el cual tanto veterinario como auxiliares estén especializados en exóticos, tanto para el diagnóstico como para un buen manejo del paciente, evitando estrés innecesario y mala praxis.

Al morir Atenea fui consciente de la importancia que tenía que el grupo familiar constase de tres integrantes, pues si llega a morir Atenea dejando sola a Xena, esta última se habría deprimido, habría cambiado su carácter e incluso podría haber llegado a morir de pena por dejar de comer. Por el contrario, Xena tenía la compañía de la joven Destiny.

Al poco tiempo, llegaron a nuestras vidas Cari y Luci y, tras la adaptación correspondiente, las cuatro formaron un grupo familiar estable e increíble. Con todo ello aprendí que nunca hay que tener una rata
sola, y que no existe realmente un motivo con el cual justifiquemos tener una rata viviendo en soledad. A pesar de lo que podamos creer, no existe una gran diferencia económica en mantener una rata, dos o incluso tres.

Selene Moreno Martínez, a través de ANAVET. Extraído de Ateuves 97, pág. 30.

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