Cómo evaluar la calidad del pienso

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La etiqueta de los alimentos nos muestra su composición analítica. Así que una vez descifrada habrá que añadir esa información a lo que ya sabemos sobre los ingredientes para poder hacer una comparación más precisa sobre los productos que tengamos en el centro veterinario.

Todos los alimentos para mascotas están obligados a llevar una etiqueta en la que figure la informa­ción indicada por la legislación en curso. Esta ha de ser exacta y real en lo que respecta a la natura­leza y composición de los alimentos, por una parte y, por otra, los compradores tienen que entender con total claridad la información que contiene. La composición analítica junto con los ingredientes nos pueden ayudar a comparar dos productos que no sepamos catalogar y clasificarlos como “me­jor”, “peor” o “menos bueno”, uno que el otro. Los auxiliares deben conocer y entender el significado de las etiquetas para poder responder las pregun­tas que les formulen los clientes.

Composición analítica de la etiqueta

Por ley, todas las etiquetas deben especificar una se­rie de parámetros (expresados en porcentajes sobre el pienso en sí) que son la proteína bruta, la grasa bruta, la fibra o celulosa bruta, las cenizas brutas, el calcio, el sodio, el magnesio, el potasio, el fósfo­ro, la humedad, las vitaminas A, D3 y E y ciertos aminoácidos. Como podéis ver, la palabra “bruta” destaca por su uso en diferentes parámetros y esto nos está diciendo qué es lo que entra por la boca de la mascota, pero no nos indica qué o cuánto es lo que realmente se queda dentro del animal y podrá ser utilizado por el organismo en los diversos pro­cesos que conllevan las diferentes acciones fisioló­gicas, como sería el crecimiento, el mantenimiento, la reproducción (gestación y lactación), etc.

A continuación vamos a hacer un breve repaso de todos estos parámetros, prestando más aten­ción a los más importantes.

Proteína

Centrándonos en el parámetro más importante para las especies que nos ocupan, habría que comenzar por hacer una marcada diferencia­ción entre la proteína bruta y la proteína que realmente aprovecha el perro o gato, es decir, la proteína digestible.

Cada ingrediente que compone la fórmula tiene distintos valores de cada uno de esos parámetros que aparecen en la etiqueta y, en algunos casos, hay ingredientes que prácticamente cargan todo su contenido sobre uno de los parámetros. Por ejem­plo, si usáramos soja, este cereal tiene un 44% de proteína y, por lo tanto, casi la mitad de la cantidad adicionada de soja como tal a la mezcla de in­gredientes será proteína e irá directamente a engrosar la proteína bruta del pienso. En este caso concreto, con poca can­tidad de soja adicionada tendríamos como resultado que la proteína bruta indicada en el saco sería bastante alta, pero realmente, a no ser que esa soja hubiera sido tratada mediante procesos que permitieran aprovecharla y hacerla más digestible, no sería útil para el perro, aunque sí nos daría una idea equivocada de la calidad del producto. Esto quiere decir que no es lo mismo leer, por ejemplo, soja “a secas” que soja hidrolizada.

Pues bien, si nos fijamos en la etiqueta, hay que te­ner claro que el porcentaje de proteína bruta nos dice la proteína total existente en el pienso, pero esa proteína podrá ser usada o no por el organis­mo en función de su procedencia y tam­bién del método mediante el cual se trató la materia prima. Por ejemplo, podríamos tener un pienso con un 30% de proteína bruta, lo que en principio nos haría pensar que estamos ante un producto “muy bueno”, pero luego, volviendo a los ingredientes, estos nos guiarían en la interpre­tación de la realidad, porque en ellos aparecerían en primer lugar cereales y subproductos de cerea­les. Así pues, podemos imaginar que la proteína que realmente aprovechará la mascota no será, ni mucho menos, la que allí aparece, puesto que al fin y al cabo, los monogástricos (animales no ru­miantes) no están preparados para sacar todo el rendimiento nutritivo a los cereales, no son “vacas pequeñas”. En este caso, además, es fundamental el tratamiento realizado al cereal, ya que, aunque esto es muy complicado de ver, existen piensos que se fabrican con cereales sin extrusionar, por lo tanto, esta inexistente “predigestión” de los mis­mos hará que la proteína o energía que contenga sea poco aprovechada y gran parte se perderá. Es­tos piensos de inferior calidad son los que normal­mente aparecen como alimentos no extrusionados y con apariencia de “galletas”, no de “croquetas”, es decir, formas planas y no redondas.

La extrusión es un proceso mediante el cual se somete al cereal a altas temperaturas y presión, de manera que se consigue modificar su estruc­tura y se mejora su aprovechamiento y digesti­bilidad por parte de animales monogástricos, como podría ser el perro. Sobre todo se actúa sobre el almidón de los mismos, que representa una fuente energética que normalmente se apro­vecharía con dificultad, entre otras cosas por la deficiente cantidad de amilasa (enzima que de­gradaría el almidón) que tiene el perro.

Esto mismo ocurriría con los demás paráme­tros que podemos ver en la etiqueta, aunque la proteína deberá ser el más importante a valorar, seguido de la grasa, sobre todo en animales so­metidos a grandes esfuerzos.

Cenizas

Normalmente, la presencia de más cantidad de cenizas nos estaría hablando de productos de menos calidad; además, la presencia de niveles por encima de los necesarios de calcio y fósforo podría indicarnos que se usaron harinas de car­ne con mucha presencia de hueso, que en los piensos de baja calidad enmascaran el resultado porque compactan mucho las heces.

Fibra

El valor de la fibra bruta oscilará según la can­tidad de los cereales y subproductos de los mis­mos empleados en la fabricación.

Humedad

Los niveles de humedad suelen rondar el 8-10% y no debería ser elevado, puesto que al final influirá de forma determinante en la con­servación del pienso, ya que subiendo la tasa de AW (activity xater = actividad agua) se promo­verá la presencia y multiplicación de gérmenes en el pienso que lo alteren y degraden.

Vitaminas y minerales

En cuanto a los niveles de vitaminas y minerales, sobre todo las vitaminas, debido principalmente a los procesos térmicos que sufren los piensos y a que estas, en mayor o menor grado, son termo­lábiles (la temperatura las altera o degrada). En muchas ocasiones no es lo mismo lo adicionado en la mezcla primaria, cuando se está haciendo el pienso, que lo que después realmente sale ter­minado dentro del envase, aunque algunos fabri­cantes indican que garantizan los niveles especi­ficados hasta la fecha de caducidad del producto.

Los minerales merecen una especial mención en cuanto a que estén o no quelados, ya que, si bien estas sustancias así tratadas encarecerían el producto, harían que fueran mejor aprovechadas por el organismo en vez de ser eliminadas por las vías naturales.

La quelación es un proceso natural mediante el cual un mineral se une a una molécula or­gánica (agente quelante) que permite su trans­porte directo hacia la sangre desde el intestino, evitando que el mineral se combine con otros compuestos y al final no sea debidamente ab­sorbido en el intestino. Se ha comprobado que los quelatos organometálicos son los más resis­tentes a la acción de los jugos gástricos y tienen una elevadoa absorción intestinal. Por lo tanto, no sería lo mismo que la quelación se obtuviera mediante ácido ascórbico, cítrico o fumárico, siendo los metioninatos los aditivos de elec­ción, es decir, los formados por quelación con aminoácidos de bajo peso molecular (pequeño tamaño que permite su paso a través de la mu­cosa intestinal sin hidrolización intestinal).

Las vitaminas y minerales participan en muchí­simas funciones a todos los niveles orgánicos, de manera que su presencia y acción en el organismo se producen por efecto acumulativo, es decir, su acción tardará en apreciarse el tiempo necesario hasta alcanzar los niveles adecuados. Igualmente, su carencia tardará en apreciarse y muchas veces estos retrasos en el tiempo nos hacen desvincular causa y efecto y nos suelen hacer pensar que no tienen la importancia que realmente poseen.

Por último, habría que resaltar que la normativa permite a los fabricantes tener cierto margen de error en cuanto a los porcentajes de los diversos parámetros especifi­cados en la etiqueta, según diversas variables al hacer un análisis de los mismos. En el caso de la proteína, por ejemplo, la normativa permitiría que el análisis nos diera dos puntos menos de lo que aparece en la etiqueta cuando el porcentaje bruto de la misma fuera superior a un 20%, permitiéndose así un margen menor de error según bajemos la cantidad de proteína bruta que aparece en etiqueta.

Así mismo, con diversas escalas se admitirían diversos márgenes de error para los distintos parámetros analíticos.

Conclusión

Para evaluar la calidad del pienso lo primero que debería guiarnos serían los ingredientes usa­dos en su elaboración, proporción de los mismos y métodos de tratamiento usados. Por supuesto, acto seguido la valoración se debería confirmar mediante el uso de dicho pienso y la observación del resultado en el perro o el gato; para ello nos deberíamos fijar en la vitalidad, el aspecto del pelo y la piel, el tamaño, el olor y la forma de las heces (si son compactas o no), la pigmentación del pelo y las mucosas, el tono muscular, el estado de la dentición, el crecimiento en el caso de cachorros, el envelado o no en el caso de perros de orejas no caídas (tipo podencos), etc. De todo esto podemos deducir que no necesariamente los piensos más caros o los de marca tienen que ser los mejores, ni los mejores deben ser los más caros. Tampoco de­bemos olvidar que un pienso que se ofrezca a 0,50 euros el kilogramo nunca podrá aportar a nuestro amigo algo de calidad que le permita vivir saluda­blemente durante muchos años.

Así pues, debemos aprender a observar la etique­ta y a evaluarla en su justa medida, sabiendo que nos está informando acerca de la composición del pienso. Igualmente, olvidemos guiarnos tan solo por los porcentajes brutos y por la marca o el precio porque esto nos llevará a error.

Extraído de: José Jiménez, Los ingredientes de los alimentos (2ª parte), Ateuves 33, pag. 14-18.

 

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