“El término problema de comportamiento hace referencia a cualquier pauta de conducta de un animal doméstico que pueda causar lesión o enfermedad en el individuo que la manifiesta o en otros, o que resulte peligrosa o simplemente molesta para el propietario” (González, 2018) (figura 1).

Figura 1. Loro barranquero (Cyanoliseus patagonus) con problemas de comportamiento. Muchos ejemplares de esta especie terminan siendo abandonados por el aumento de sus vocalizaciones en situaciones de estrés. Imagen cedida por la Dra. Ángela González y Hospital Veterinario Universitario Rof Codina.
Para poder comprender cómo se expresan los problemas de comportamiento en estas especies y por qué se expresan, debemos recordar en qué invierte su tiempo un loro en libertad (figura 2):
- 20-60 % de su tiempo acicalándose.
- 40-60 % buscando comida.
- 2-5 % vocalizando.
- 10-40 % interaccionando socialmente.
Este desarrollo cambia de una forma importante en los loros en cautividad, especialmente aquellos individuos que son empapillados a mano y no tienen contacto con individuos de su propia especie. Por ello, al alcanzar la madurez sexual, los comportamientos innatos pueden modificarse y convertirse en un comportamiento que pueda perjudicar al propio animal o entrar en conflicto con el comportamiento humano. Además, este tipo de problemas son causa importante de abandono y eutanasia (Bradshaw, 2013; González, 2018).
Picaje
El problema del picaje o arrancado de las plumas ocupa un lugar muy importante en las afecciones de los loros (figuras 3 y 4). No es el problema de comportamiento más común, pero sí el que se consulta con más frecuencia al veterinario debido a que es impactante para los propietarios ver cómo su mascota se arranca las plumas, perdiendo la belleza por la que muchos dueños la adquieren, y es una de las principales causas de abandono. Se presenta más frecuentemente en cacatúas, loros grises y periquitos australianos, mientras que en aves en libertad no hay descritos casos (Schratter, 2007).

Figura 3. Periquito australiano (Melopsittacus
undulatus) alojado en una pequeña jaula con signos de picaje en la zona del buche. Imagen cedida por Néstor Martínez.

Figura 4. Yaco (Psittacus erithacus) con principio de picaje por problemas de adaptación a su nuevo hogar. Imagen cedida por la Dra. Ángela González y Hospital Veterinario Universitario Rof Codina.
Es un signo clínico multifactorial, por lo que hay que investigar cuál es la causa concreta que lo produce. Es vital decidir si el ave se arranca las plumas por una enfermedad física o por una neurosis. Solo ocasionalmente se debe a deficiencias nutricionales y hormonales, aunque en la mayoría de las ocasiones se trata de un trastorno psíquico debido a la falta de entretenimiento, poco espacio en sus jaulas y falta de pareja o soledad. También pueden influir en este problema la temperatura y la sequedad del ambiente, así como la alteración del fotoperiodo (Valderrama y Santillón, 1986; Meredith y Redrobe, 2007).
Las aves empiezan a arrancarse las plumas del pecho y de la cola hasta que esta situación se convierte en un vicio. Al poco tiempo ya no les causa dolor y lo hacen por distracción. En ocasiones, la pluma se puede romper en vez de desprenderse en su totalidad impidiendo el crecimiento de nuevas plumas y quedando el loro con áreas ausentes de plumas. Además, el hecho de arrancarse las plumas también puede producir hemorragias, daño folicular y favorecer procesos infecciosos secundarios (Valderrama y Santillón, 1986) (figuras 5–7).
Agresividad
Estas aves pueden infligir un daño importante con sus poderosos picos, por tanto, este problema de comportamiento debe ser detenido pronto, ya que implicaría un problema de salud pública (Beynon et al., 1996).
En la naturaleza, estos animales comienzan a emplear sus picos en maniobras de juego o afectivas con otros individuos de su grupo. Especies de guacamayos, y también de amazonas, usan sus picos en comportamientos de dominancia (Luescher, 2006).
El tratamiento para este comportamiento debe comenzar a edades tempranas, evitando las situaciones que lleven al ave a mostrar agresividad. La alimentación directamente desde la mano del propietario puede ser un buen método para evitar esta actitud. Algunos propietarios emplean el castigo como simular un terremoto en la jaula o realizar un soplido en la cara del animal tras un acto de agresividad. Sin embargo, el castigo no está recomendado al ser animales altamente inteligentes y sociables, ya que provoca que disminuya enormemente la afectividad hacia el dueño (González, 2018; Beynon, Forbes y Lawton, 1996).
Vocalización excesiva
Usan las vocalizaciones como contacto entre miembros del grupo, alarma frente a depredadores, localización de crías y pareja o llamadas para el vuelo (Schratter, 2007).
Sin embargo, al estar enjaulados, aumenta el tiempo que le dedican a este comportamiento, convirtiéndose así en una actitud muy molesta y difícil de modificar para el propietario (González, 2018; Schratter, 2007).
Algunos individuos aprenden que su propietario les prestará atención cuanto más vocalicen; es fundamental que el dueño no le ofrezca al loro la atención que está demandando durante los episodios de vocalizaciones, puesto que de esta forma se refuerza este comportamiento negativo (González, 2018).
Sedentarismo
Estas aves, que se encuentran siempre en cautiverio, realizan mucho menos gasto metabólico que si se encontraran en libertad, ya que sus movimientos son más limitados y, por tanto, el ejercicio que realizan es mucho menor. Esto puede contribuir, si se acompaña de dietas ricas en grasas y pobres en colina, metionina y biotina, a la aparición de una lipidosis hepática y, por ende, de depósitos de grasa bajo la epidermis que de forma eventual pueden ocasionar dificultad para volar o respirar (Meredith y Redrobe, 2007).
Medidas de mejora
Es importante comenzar por asegurarse de que el animal tenga un alojamiento adecuado. Las condiciones mínimas de espacio sugeridas son aquellas que permiten que el ave pueda girar sobre sí misma con las alas extendidas sin chocar con ninguna de las barras de la jaula. Sin embargo, estas sugerencias no suelen implicar un completo bienestar en el ave (Anderson, 2003; Fouce, 2018).
El animal debe disponer en su jaula de perchas, preferiblemente de madera de frutal, para saltar de una a otra libremente facilitando de esta forma una adecuada superficie de agarre (Meredith y Redrobe, 2007). Son totalmente inade cuadas las jaulas de base redonda y barrotes verticales ya que no pueden trepar. Sin embargo, se debería permitir que el ave saliera de la jaula a voluntad, convirtiendo la jaula en un lugar de tranquilidad y descanso para el animal, en vez de una prisión (Fouce, 2018) (figuras 8 y 9).

Figura 8. Guacamayo azulamarillo (Ara arauna) (A) y Cotorra Nanday (Nandayus nenday) (B) con espacio y elementos disponibles para un adecuado bienestar psicológico. Imagen cedida por la Dra. Ángela González y Hospital Veterinario Universitario Rof Codina.

Figura 9. Ninfa (Nymphicus
hollandicus) con libertad para volar
durante las horas de luz. Imagen cedida por Javier Cánovas.
A las aves les gusta observar a su cuidador desde un lugar elevado, y esto también les ayuda a sentirse seguros. Por lo tanto, la jaula no deberá nunca estar en el suelo sino, por lo menos, a la altura de los ojos (Fouce, 2018).
Algunas medidas para incentivar el forrajeo pueden ser:
- Un trozo de madera no tratada perforado con agujeros en los cuales introducimos semillas. La recompensa debe ser visible, pero no accesible fácilmente para que sea un mayor reto o desafío (González, 2018).
- Juguetes rompecabezas que requieran que las aves desenrosquen piezas o manipulen sus componentes para obtener su premio (González, 2018).
Otras actividades que animan a los pájaros a desarrollar un comportamiento normal:
- Rociarles ligeramente con agua humedecerá el plumaje y estimulará al pájaro a acicalarse (Meredith y Redrobe, 2007; Doneley, 2011).
- Proporcionarles objetos que puedan picotear y destruir, como juguetes de madera no tóxica o huesos de sepia entre otros. Estos últimos se caracterizan porque además son una gran fuente de calcio que complementa su dieta, la cual suele ser deficitaria en este mineral, y así sus huesos se fortifican y regeneran. Además, estos huesos son ricos en oligoelementos, lo que ayuda a mudar el plumaje y a que crezca más fuerte y colorido (Valderrama y Santillón, 1986; Doneley, 2011).
Conclusión
La incapacidad de vivir, moverse e interactuar de acuerdo con los cánones de la especie supone una situación constante de estrés perjudicial para la salud de las aves que viven en cautividad. Las condiciones en una jaula son totalmente diferentes de las naturales con relación a la socialización, oportunidades de forrajeo y alimentación, sonidos y, en general, ambiente que les rodea (Anderson, 2003; Fouce, 2018).
Aunque los loros en libertad también sufren sucesos estresantes como la predación, han desarrollado estrategias evolutivas que les permiten una mejor adaptación a las condiciones ambientales (Bradshaw, 2013).
Por otro lado, el cautiverio les priva no solo de las actividades físicas y sociales propias de su especie, sino también de un factor esencial para su bienestar: el “libre albedrío” (Bradshaw, 2013).
Bibliografía disponible en www.ateuves. grupoasis.com/bibliografias/psitacidas84.doc
Extraído de Javier Cánovas Martínez, Carmen Manzanares Ferrer y Néstor Martínez Calabuig. Manejo de psitácidas en cautividad, Ateuves 84, págs. 24-29.