Mis “aniaves” de compañía

0

No tengo perro porque vivo solo en un piso pequeño y sería injusto para él. No tengo gato porque me dan una alergia horrorosa y sería injusto para mí. Pero, ¿sabéis? Todos los días, desde que me despierto hasta que me acuesto, disfruto de la compañía de animales, de cientos de ellos. Porque siempre están los pájaros.

Cierto: no podemos acariciarlos ni pasearlos. Pero sí podemos dar un paseo por nuestras calles, parques y jardines y acariciar nuestros oídos con la infinidad de trinos, silbidos y gorjeos que nos regalan. Y enriquecer nuestra vista con una maravillosa diversidad de colores, formas y siluetas. Y hay mucho donde elegir. Por ejemplo, a primera hora del día, antes de que abra el metro, ya estarán los mirlos silbando por tu calle. Suenan como un señor mayor que pasea tarareando una melodía que solo sabe él lo que significa, pero a mí me resulta muy relajante. Me recuerda al sonido de una flauta barroca. Es inconfundible: un pájaro de tamaño mediano, negro y con el pico naranja. Si te fijas, es muy frecuente verlos caminando por el suelo. Me gusta su actitud decidida; siempre parece que saben muy bien a dónde van.

Aunque, para mí, el gran regalo que nos trae la primavera es el vencejo. Es “el pájaro”. Come en el aire, duerme en el aire, copula en el aire. Solo anida una vez al año y es entonces, cuando tiene que cuidar de los huevos, cuando se integra en los tejados de nuestras ciudades. Uno sabe que han llegado por esos inconfundibles chirridos llenos de vitalidad que nos dicen que ya es primavera. Vienen de África solo para reproducirse y necesitan nuestra ayuda, tanto los padres que vienen cansados y a veces se desorientan, como los pollos que se caen del nido, y por su diseño aeronáutico – alas enormes y patas muy cortas, que solo utilizan para agarrarse al nido cuando se reproducen – son incapaces de remontar desde el suelo. Son aviones vivientes. A mediados de julio empiezan a regresar a casa y uno se da cuenta de que el verano ha doblado la esquina.

Por el día, si paseamos abiertos de oídos y ojos, nos podemos encontrar con muchos pájaros: carboneros, petirrojos, gorriones, verderones, abubilllas, picapinos… Y siempre las urracas, que se merecen todo mi respeto porque son extraordinariamente inteligentes. De hecho, hay videos donde se comprueba que conocen la ley de Arquímedes: arrojan piedras a un frasco de vidrio para rebasar el volumen de agua y poder beber. ¡Eureka!

Dejo lo mejor para el final. La rapaces nocturnas. En este tiempo, los autillos vienen desde tan lejos como Senegal para reproducirse aquí en la península y son capaces de encontrar su nido tras miles de kilómetros. Son muy reconocibles porque emiten un sonido que parece metálico, como si fuera el sónar de un submarino. También están los chotacabras, inconfundibles con un canto que suena si algo así como “cava, cava, cava, cava”.

Resumiendo; dos consejos: salid a la calle con los oídos y la vista atentos y seguro que disfrutaréis de la compañía de muchísimas aves. Es cuestión de fijarse, escuchas un trino, te paras, miras al árbol, sigues el rastro de ese trino y acabarás viendo un pájaro que seguro que te gusta. Si vas mirando al suelo cuando paseas por tu barrio, probablemente alguna vez te encuentres un euro, pero si miras a los tejados de tu calle, seguro que siempre vas a encontrar alguna joya. De nada.

Extraído de Jose Ignacio Urruela. Mis “aniaves” de compañía. Ateuves 99, pág. 27.

Leave A Reply

Pregunta anti-spam Time limit is exhausted. Please reload CAPTCHA.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies