Este artículo ofrece un análisis detallado de la importancia del ATV en el manejo de la parvovirosis canina y examina los requisitos de atención y cuidados, así como las consideraciones esenciales en la terapia intensiva y la monitorización del paciente.
La parvovirosis canina (PVC) es una enfermedad infecciosa altamente contagiosa, frecuentemente asociada a cachorros, aunque pueden infectarse perros de cualquier edad. La transmisión se produce por contacto oronasal con heces que contienen el virus o indirectamente a través del contacto con fómites contaminados, ya que puede sobrevivir en el ambiente de meses a años.
El virus presenta tropismo por células de división rápida presentes en el tejido linfopoyético, la medula ósea y las criptas del epitelio intestinal provocando neutropenia, necrosis epitelial y atrofia de las vellosidades intestinales, que alteran la función de la barrera intestinal y producen vómitos, regurgitaciones, diarreas hemorrágicas e íleo paralitico. Además, las posibilidades de translocación bacteriana y bacteriemia unidas a la neutropenia aumentan el riesgo de septicemia.
Existe un segundo cuadro clínico del PVC que afecta a cachorros menores de 4 meses de edad en la que el virus afecta al miocardio produciendo un fallo cardiaco, pero es un cuadro raro en la actualidad.
La PVC no tiene un tratamiento específico, sino que se basa en el tratamiento de soporte y prevención de infecciones secundarias que, si se aplica de forma temprana, ha probado tener tasas de supervivencia de hasta el 90 %. Para confirmar el diagnóstico, existen varios test rápidos ELISA (del inglés, Enzyme-Linked ImmunoSorbent Assay) para la detección del antígeno del virus en heces; no obstante, su sensibilidad es limitada y pueden dar falsos negativos. El ATV desempeña un papel muy importante en el cuidado y atención de estos pacientes.
Higiene y medidas frente a la contaminación
Para prevenir la infección cruzada entre pacientes y garantizar un espacio exclusivo y limpio, se aplicará un régimen de aislamiento hospitalario estricto con protocolos biosanitarios que garanticen un entorno lo más aséptico posible. El personal encargado de los pacientes infecciosos debe lavarse meticulosamente con clorhexidina jabonosa y gel hidroalcohólico, así como evitar el contacto directo con otros pacientes hospitalizados que sean vulnerables a la infección (por ej.: otros cachorros, pacientes sin vacunas, inmunodeprimidos, felinos, etc.). Para evitar la propagación del virus en otras áreas del hospital, el contenedor de desechos infecciosos debe permanecer en el área delimitada para estos pacientes hasta su recogida e incineración. Es recomendable asignar instrumental y equipos de trabajo exclusivos para estas áreas y emplear desinfectantes comerciales o hipoclorito de sodio (lejía) para eliminar de manera efectiva el virus.
En la manipulación de los pacientes con PVC, es primordial el uso de equipos de protección personal (EPP) diseñados para reducir el riesgo de contaminación de la ropa, reducir la exposición de la piel y las membranas mucosas a los patógenos, así como para reducir la transmisión de patógenos entre pacientes y el personal sanitario (figura 1).
Aunque son frecuentes las evacuaciones profusas en forma de vómitos y diarrea, los baños completos con agua y jabón pueden estar contraindicados debido al riesgo de descompensación por hipotermia. Son más adecuadas las toallitas húmedas, esponjas jabonosas y baños parciales en extremidades, vientre y cola, donde se concentra la mayor parte de la suciedad. Para facilitar el lavado, se recomienda el rasurado de la zona perianal y la base de la cola. En pacientes con diarreas abundantes y movilidad reducida, puede plantearse el sondaje rectal mediante sonda Foley para la recogida de heces. La humedad y la suciedad acumuladas en la piel generan lesiones secundarias como irritaciones, rojeces y escoceduras que deben tratarse con las pomadas indicadas para el alivio local de estas lesiones. Mantener al paciente limpio y seco será la mejor prevención para este problema.
Los catéteres intravenosos son la principal vía de acceso de contaminantes al torrente sanguíneo del animal. En pacientes con PVC, la asepsia y el seguimiento meticuloso de la permeabilidad y el buen estado del catéter deben ser primordiales (figura 2), ya que se trata de pacientes comúnmente inmunosuprimidos. Además, debe garantizarse la funcionalidad de dichos catéteres como vías de administración de fármacos (por ej.: antibióticos, antieméticos, analgesia, etc.) y fluidoterapia, que constituyen parte esencial del tratamiento de la enfermedad.
Monitorización del paciente
El estado clínico de los pacientes con PVC cambia con rapidez, por lo que es esencial una monitorización constante del paciente que permita detectar, prevenir y tratar los signos clínicos que van apareciendo con la evolución de la enfermedad, así como complicaciones asociadas (tabla 1).
Los primeros signos clínicos en aparecer son vómitos, anorexia, fiebre y dolor abdominal, seguidos de diarrea, de 12 a 48 h después, con frecuencia hemorrágica debido a la destrucción intestinal, y neutropenia, que favorece la translocación bacteriana y de endotoxinas. Debido a esto, los pacientes con PVC tienden a estar deshidratados y tienen alto riesgo de hipovolemia, por lo que se debe llevar un control riguroso de las entradas y pérdidas de fluidos (in and outs). Este control puede llevarse a cabo a través de registros diarios (tabla 2). Si en el examen físico detectamos edemas periféricos deberemos valorar el nivel de albúmina del paciente. Si encontramos cambios bruscos en el estado mental deberemos valorar la glucemia y electrolitos.
Ante el riesgo de desarrollar un síndrome de respuesta inflamatoria sistémica (SIRS) o sepsis, también es muy importante monitorizar la presión arterial. En el SIRS, la producción de mediadores proinflamatorios genera una pérdida del tono vascular y la debilitación de la barrera de permeabilidad endotelial generando una caída en las presiones. La hipoperfusión resultante se materializa dando signos típicos de shock como estupor, tiempos de relleno capilar prolongados, pulso débil, taquicardia y extremidades frías. Las mucosas de los pacientes con PVC suelen ser pálidas, aunque pueden ser congestivas en caso de SIRS. Por último, vigilar el dolor abdominal y realizar palpaciones abdominales ayudará a detectar complicaciones como intususcepciones.
Bibliografía
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Extraído de Cristina Baño. La parvovirosis canina (I). Ateuves 90, págs. 14-18.
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